Llegué como todos los días ,
a la misma hora al mismo sitio. Para poder hacer mi trabajo necesitaba
la colaboración de un compañero, trabajador como yo. Más que
colaboración, lo que necesitaba es que hiciera su trabajo, pero les
solemos pedir que colaboren, porque si están colaboradores mejor.
Me puso una cara rara. Esa cara que ponen cuando no están colaboradores, miró el reloj, y casi
sin mover los labios me hizo saber que me iba a tocar esperar, que
tenía mucho trabajo . Cierto , trabajo tenía, lo que no tenía era muchas
ganas de hacerlo.
Pacientemente, esperé. Y fui testigo, un día
más, de como se puede estirar la excusa. De los tres trabajos que tenía
, eligió el menos pesado (el que menos tiempo le iba a ocupar porque
mirar la hora era su obsesión). Y lo que parecía ser esmero, preguntar
una y otra vez las mismas cosas, era alargar la ejecución. Otros días, a
esa hora, ya había concluido, según él, su jornada aunque el reloj
dijera lo contrario. Su jornada y la de quién, estirando la excusa como
él, llevaba media hora recogiendo el bolso.
Quiso hacer honor a
lo de que, por ser hombre, no podía hacer más de una cosa a la vez.
Pero no es por ser hombre, sino porque era otro argumento perfecto. No
acabó bien el trabajo elegido y, cuando se le complicó, por supuesto
recordó la hora.
Yo, finalmente, conseguí lo que necesitaba. Pero gracias a un trabajador que sí trabaja.
Defender ésto no es fácil.
Buen Día.
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